Cuando estuve paseando por Asakusa me acordé cantidad de este dicho pues me encontré con una vaca dorada en medio de una acera. Como parecía enfuscada y con ganas de fajarme no pude hacer lo mismo de la otra vez, así que tuve que apelar a mi fuerza y pararla en seco, jajaja...
Luego de un tenaz forcejeo gané la pelea y la ordeñé y todo.